Haciendo memoria, recuperando memoria

Haciendo memoria, recuperando memoria

Autor: Sebastián van Doesburg (UNAM/BIJC).

Boletín FAHHO Digital No. 3 (Ene-Feb 2021)



En su pintura Le Destin (El Destino) de 1896,1 Henry Siddons Mowbray (1858, Alejandría, Egipto – 1928, Washington, Connecticut) nos ofrece una alegoría bastante heterodoxa de nuestras vidas. En un lenguaje visual con referencias estilísticas al renacimiento italiano, a la pintura académica francesa de la época (estudió pintura en París durante varios años), y con un sabor al prerrafaelismo inglés, el pintor crea una misteriosa escena en colores opalescentes y antinaturales. El nombre de la obra vuelve claro que aquí debemos descifrar una metáfora, pero la fuente no es obvia.

A la derecha, una enigmática mujer alada con corona de estrellas,2 algo fantasmal tras un matiz azul, provee los hilos dorados con los que otras dos bordan un tapiz de estilo medieval de caballería. Intuimos la referencia al hilo de nuestra vida creado por las tres Moiras, diosas griegas que rigen el destino humano: hilan, miden e, inevitablemente, cortan dicho hilo. Las tijeras en la mano de la mujer a la izquierda quizá la identifican como la Moira Átropos, pero no queda claro quién, de las otras cuatro mujeres, representa a Cloto, la que hila (y la que inventó el alfabeto griego) y a Láquesis, la que mide el destino. No hay duda, sin embargo, de que el tapiz es donde el hilo del destino borda las escenas de nuestra vida. El pintor nos presenta una metáfora de nuestra vida con referencias incompletas de un mito donde predomina el enigma, por lo que la verdad velada solo podemos intuirla. En ella, el símbolo del tapiz nos explica que los trazos y patrones mayores de nuestra vida solo se manifiestan con el tiempo, al pasar los hilos pacientemente por la urdimbre de nuestras decisiones.

Recurro a esta metáfora para contar los años de trabajo en los diversos proyectos de la fundación de Alfredo Harp Helú y de María Isabel Grañén Porrúa. Después de casi veinte años puedo vislumbrar, ya a la distancia, los diseños que el hilo de mi vida en Oaxaca ha ido tejiendo. En este tiempo pude iniciar y acompañar un número de proyectos culturales muy variados que hoy forman parte de la estructura de la Fundación. Y en cada proyecto me supe acompañado de amigos y colegas que aportaron su visión, conocimiento y sensibilidad.

Desde mi niñez viví el intenso interés de mis padres por la conservación de la ciudad antigua donde nací. Los grandes proyectos de “modernización” de la década de 1970, que causaron enormes daños en la ciudad, y la férrea resistencia de buena parte de la población —entre ella mis padres—, despertaron en mi la consciencia de que la conservación de una ciudad histórica no es solo la protección de edificios, sino también la respetuosa gestión de espacios públicos y claras políticas de movilidad sustentable — sueños aún lejanos en Oaxaca—. Así que —para seguir con las metáforas textiles— uno de los hilos conductores3 de mi trabajo en la Fundación ha sido el de la restauración de edificios y espacios históricos.

En 2001 iniciamos, los arquitectos Enrique Lastra, Benjamín Ibarra Sevilla y yo, la restauración de la Casa de la Cacica de Teposcolula, una construcción ruinosa y abandonada en las orillas del pueblo, pero que constituye lo que aún queda de un extraordinario palacio de seis cuerpos, morada de los descendientes de 8-Venado Garra de Jaguar, y testimonio de la explosión creativa que se dio en medio del drama que fue la colonización de la Mixteca. Este singular palacio, construido por un arquitecto mixteco que estaba buscando un nuevo lenguaje visual que mediara entre los dos mundos, fue parte de la refundación de Teposcolula a partir de 1552. La sala del trono, aposento del discurso tradicional del poder, fue —por lo mismo— construido en el más estricto estilo prehispánico, mientras que en las habitaciones privadas se incluyeron elementos nuevos como una chimenea, ventanas con molduras renacentistas y puertas de medio punto. El trabajo de rescate y restauración, minuciosamente documentado, nos llevó a reconocer plenamente las obras originales de arquitectos mixtecos del siglo XVI por toda la Mixteca Alta y a cuestionar el concepto académico meramente pobre de “tequitqui”. Hoy, este palacio es una pequeña biblioteca infantil.

Casi al mismo tiempo trabajamos en la restauración de la Casa de Visita, en San Miguel Tequixtepec, construida después de 1563, en la que los arquitectos chocholtecos interpretaron el lenguaje arquitectónico de los dominicos de Coixtlahuaca en materiales, técnicas y gustos locales de una estética llamativa y única. Estas casas de visita, construidas por la población local, sirvieron para alojar a los frailes en sus visitas a las comunidades y, para muchos pueblos, eran expresiones de la feroz competencia con las construcciones que se estaban levantando en las cabeceras y, a la vez, signos de cierta independencia política.4

En 2003 la Fundación emprendió la restauración de una bella casona oaxaqueña incrustada en lo que eran los terrenos del Oratorio de San Felipe Neri: la Casa de la Ciudad, espacio donde se contempla el pasado y el futuro de la urbe, y donde la Fundación desarrolló su estilo particular de restauración arquitectónica y urbana.

Hoy, esta línea de restauración ha llegado a la madurez con el trabajo del Taller de Restauración, bajo el liderazgo de Gerardo Virgilio López Nogales. En 2004 inauguré allí la primera exposición con una serie de extraordinarias vistas de la ciudad de Oaxaca que datan de 1875, realizadas por el fotógrafo Teobert Maler, desconocidas hasta entonces por estar mal clasificadas en los archivos del Instituto Iberoamericano de Berlín. En este mismo año, la Casa de la Ciudad fue la sede del Seminario de la Ciudad Histórica Actual, donde hablaron y conversaron grandes arquitectos y urbanistas como Jaime Lerner (Brasil), Joseph Acebillo (España), Mario Canti (Italia), Juan Miguel Hernández León (España), Paolo Ormindo de Azevedo (Brasil), Huig de Neef (Bélgica), Michael Meschik (Austria), Eusebio Leal† (Cuba), Rogelio Salmona† (Colombia), Teodoro González de León† (México) y otros destacados especialistas mexicanos. Tuve el privilegio de dirigir la Casa de la Ciudad hasta el año de 2010.

Desde este espacio se trabajó, de nuevo junto con el arquitecto Enrique Lastra, el rediseño de la Plazuela de la Cruz de Piedra, donde la antigua ciudad de Oaxaca colindaba con el pueblo de Xochimilco del Marquesado, un remanso de paz desde que, en 2009, se cerró al paso de los coches. Hoy en día, el encanto de este rincón de Oaxaca es obvio. Su ejecución por parte del municipio permitió que, en 2015, se conectara esta parte con el Zócalo mediante el proyecto municipal de rediseño de la calle de García Vigil y la parte norte de Macedonio Alcalá.

En 2005 inicié, con el arquitecto Gerardo Virgilio López Nogales, el proyecto de recuperación de San Pablo, el primer convento de Oaxaca, y, a la vez, con el arquitecto Juan José Santibáñez, la restauración/ reconstrucción de la Casa Antelo, un edificio de dos pisos que un rico comerciante había construido en la huerta del convento. En este segundo edificio se inauguró, en 2008, el Museo Textil de Oaxaca, uno de los proyectos favoritos de María Isabel Grañén Porrúa. Por otro lado, redescubir los innumerables secretos y detalles del antiguo monasterio completamente olvidado y absorbido por construcciones posteriores fue una aventura y un desafío sin igual; el diálogo con las propuestas arquitectónicas de Mauricio Rocha Iturbide —quien se incorporó en la segunda fase de la obra— fue una experiencia contemplativa de la cual aprendí mucho. En el proceso se recuperaron —tras los estudios arqueológicos e históricos— casi tres mil años de historia de Oaxaca, cambiando definitivamente nuestro conocimiento del pasado.5 En 2011, la Fundación inauguró aquí sus nuevas oficinas. A mi parecer, esto no fue solamente la restauración de un edificio, sino la creación de un espacio peatonal a cielo abierto al interior de la manzana que sirve como un oasis en el bullicio de la ciudad. De hecho, intuitivamente, diría que el punto central del proyecto no está dentro de los edificios, sino en la pequeña plaza triangular frente a ellos.

En estos años coordiné, con la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH y otros restauradores, la restauración de retablos en Tejupan, San Bartolo Yautepec (todo un desafío, ya que habían sido sobrepintados con pintura oro de Comex), San Juan Bautista Coixtlahuaca (con el World Monuments Fund y el INAH), Suchixtlahuaca, Teotitlán del Valle, Santa María Cuquila, Teotongo, Tataltepec y varias otras comunidades. Fue esta convergencia la que hizo posible adoptar un retablo desechado en la sierra norte para la Capilla del Rosario de San Pablo, donde de nuevo luce.

Sin embargo, estos proyectos no fueron lo que inicialmente me trajo a Oaxaca. Un día, hace muchos años, un egiptólogo, esposo de la maestra de griego y latín de lo que sería el equivalente a la secundaria que cursaba, nos hizo el favor de dar una clase sobre la escritura egipcia. Así que desde que tenía 14 años supe que el estudio de otras escrituras complejas y la filología eran los temas que me interesaban. Llegué a Oaxaca, ya hace más de treinta años, para estudiar su increíble patrimonio documental. Fue por este tema que coincidí con María Isabel Grañén Porrúa, en la Biblioteca Francisco de Burgoa. Habiendo sido formado en las intersecciones de la historia y de la filología, los documentos pictográficos y los documentos escritos del siglo XVI fueron mi entrada a Oaxaca.

Este otro hilo conductor en mi vida profesional lo comparto también con queridos colegas en Oaxaca y México. Y aunque buena parte del trabajo académico en este tema lo he desarrollado en la UNAM, la Fundación ha sido un espacio importante desde el cual he emprendido acciones reales por la conservación de este patrimonio —constantemente amenazado por robo y descuido—, más allá de su uso para la investigación. Se logró parar la venta de documentos robados (por ejemplo, los dos lienzos de Santa Cruz Papalutla); se recuperaron documentos vendidos indebidamente al extranjero (por ejemplo, la Doctrina Christiana en Lengua Chinanteca de Santiago Xoxocotepec, de 1755, ahora en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia); se regresaron otros a Oaxaca para ponerlos a la disposición de los investigadores y de las comunidades de origen (por ejemplo, las tres hojas del Códice Yanhuitlán, el Lienzo de Ayautla —con el entonces Secretario de Cultura Rafael Tovar y Teresa— y el Fragmento Dorenberg); se ayudó a varias comunidades a conservar sus documentos de manera más profesional y segura (por ejemplo, los lienzos de Nativitas y Tulancingo) y se denunció en varios momentos la venta en casas de subasta de documentos robados. Durante años, trabajé todos los sábados en la limpieza del archivo municipal de Teposcolula, como parte del proyecto de rescate de archivos municipales de la Fundación y de ADABI de México.

Como consecuencia de esta línea, en 2012 abrió sus puertas un nuevo proyecto en las recién terminadas instalaciones del Centro Cultural San Pablo: la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova (BIJC), la cual codirijo al lado del filólogo y lingüista Michael Swanton y en estrecha coordinación con María Isabel Grañén Porrúa. La biblioteca articula servicios y acervos académicos con proyectos culturales, sobre todo los que tienen como propósito promover las herencias culturales de Oaxaca y México. Además de ofrecer servicios bibliotecarios, sus actividades abarcan eventos, exposiciones, cursos, investigación académica y protección del patrimonio cultural. Las exposiciones colaborativas con Santa María Zacatepec sobre la interpretación de sus lienzos (2012), o con Chicahuaxtla, relacionada con la memoria del héroe-bandido Hilarión (2014) fueron experiencias que marcaron el camino para un programa de intercambio de exposiciones con comunidades por todo el estado. Desde sus inicios, la BIJC ha buscado ser una biblioteca del siglo XXI, con personal tanto de formación profesional en bibliotecología, como con arraigo en la realidad lingüísticamente diversa de Oaxaca. Consecuentemente, la BIJC ha intentado indicar el camino hacia la época digital para la Fundación.

Entre los acervos de esta biblioteca destacan colecciones familiares para el estudio de la historia de la ciudad de Oaxaca o de los cacicazgos indígenas de la época virreinal.6 Además, la BIJC incorporó los legados de varios investigadores sobre temas de la historia cultural y lingüística de Oaxaca, algunas por compra y otras por donación.7 Finalmente, incluye una de las colecciones más extensas a nivel nacional de impresos y manuscritos en lenguas indígenas de México, cuyas fechas van de 1555 hasta la actualidad.

En relación con este último tema, uno de los proyectos principales y favoritos de la BIJC ha sido la creación del repositorio digital interinstitucional dedicado a la documentación virreinal escrita en lenguas indígenas de México (satnu.mx). Las exitosas tradiciones de escritura en varias lenguas durante la época colonial son un hecho poco conocido. El sitio fue creado con el objetivo de difundir su existencia y estimular su estudio. Allí se pueden encontrar cientos de textos virreinales escritos en mixteco, zapoteco, chocholteco, chontal y náhuatl de Oaxaca, purhépecha y náhuatl de Michoacán, otomí y matlatzinca. En 2019 se formalizaron con la UNAM dos seminarios con grupos de hablantes de mixteco y zapoteco para trabajar en la lectura, comprensión y traducción de los antiguos textos.

A lo largo de los años, miles de personas han encontrado en estos espacios y sus proyectos la información, el respaldo o la inspiración para hacer a su vez numerosos proyectos, desde la profesionalización individual hasta el impulso de proyectos comunitarios.

Y al ver ahora a la distancia las figuras que fui tejiendo, entiendo que todo esto tiene que ver con mi propia manera de descubrir lo único que es Oaxaca. Su increíble diversidad biológica y cultural, su singular historia de fuertes culturas y comunidades indígenas con profundas raíces bien ancladas en una manera extraordinaria de entender el mundo, regadas en las sierras alrededor de una ciudad española hegemónica, que convive con ellas pero nunca las quiso. He tenido singulares experiencias para conocer la cultura mesoamericana en sus expresiones vivas y confieso que no siempre fui plenamente consciente del privilegio que se me brindaba. Después entendí que “cultura” no es más que una forma socializada, funcional e histórica de tejer los hilos de la vida, de crear sentido y dar significado a la existencia humana. Entendí que la mesoamericana es una de aquellas grandes culturas —o significadores— del mundo, pero —por la situación colonial— también una de las menos entendidas, por lo que su relación con el mundo no-indígena ha sido enormemente compleja a lo largo de cinco siglos, dejando en el camino, quizás por esto, miles de textos y documentos que sutilmente enlazan las palabras de hoy con el mundo del pasado y revelan la larga trayectoria de conocimientos, técnicas y formas de vivir. Creo que siempre fue este viaje de descubrimiento personal el que quise compartir y explicar a través de los proyectos iniciados en la Fundación.

En la pintura de Henry Siddons Mowbray el tiempo fluye de derecha, donde surge la fuerza cósmica y los hilos de la vida, a izquierda, donde la Moira Átropos gira su mirada hacia una bola de cristal mientras mantiene su mano con tijeras en el tapiz. Ya está la figura del tapiz bordada, pero solo ella puede saber cómo y hasta dónde se puede seguir metiendo la trama entre los hilos de la urdimbre.

La Reunión Anual de la Sociedad Americana para la Etnohistórica 2018 en Oaxaca

LA REUNIÓN ANUAL DE LA SOCIEDAD AMERICANA PARA LA ETNOHISTORIA 2018 EN OAXACA

Autora: Maribel Alvarado García (BIJC)

Boletín FAHHO No. 28 (Ene-Feb 2019)



Los libros de historia de educación básica que distribuye la Secretaría de Educación Pública en México hacen una clara invitación al lector, a estudiar “la historia de nuestro país” para conocer la sociedad en la que vive y así conformar su “identidad como mexicano”. Y es verdad que hay una historia de México, la que cuenta la construcción de la nación actual y la que la nación promueve para explicarse, justificarse y para inspirar sentimientos nacionalistas. Pero no es la única historia: también los pueblos indígenas tienen sus historias y maneras de contarlas, y a menudo se trata de historias antihegemónicas, cuyos eventos cruciales, héroes, valorizaciones y esquemas causales no son los mismos que marca la historia patria. Y es justamente este tema el de interés para la etnohistoria, disciplina que convoca a especialistas en antropología, historia, estudios patrimoniales, arqueología, ecología, lingüística, entre otras disciplinas relacionadas con la historia de estos pueblos. Durante el siglo XX, tanto en Estados Unidos como en México y otros países del continente americano, se ha ido construyendo un campo de estudio que cubre a los pueblos indígenas desde el Ártico hasta la Patagonia. Sus trabajos no solo se quedan en los libros. En muchos casos tienen repercusiones en el ámbito social, como la defensa de territorios o el reconocimiento y resguardo de acervos locales.

Desde 1954, la Sociedad Americana para la Etnohistoria (ASE por sus siglas en inglés) convoca anualmente a sus miembros afiliados y a todos aquellos interesados en presentar trabajos que abonen al objetivo principal: crear una imagen más incluyente de las historias de los pueblos indígenas de América. Se ha convertido en la reunión más importante a nivel internacional para especialistas en este tema. Durante la segunda semana de octubre de este año, se llevó a cabo en la ciudad de Oaxaca su segunda vez en México. En esta ocasión los organizadores-anfitriones fueron la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova, el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y la Universidad de California en Los Ángeles.

En esta reunión se presentaron más de 300 investigadores de más de 170 instituciones (nacionales y de otros países, sobre todo de Estados Unidos), quienes expusieron y discutieron 264 estudios en seis sesiones simultáneas durante tres días. De estos trabajos, 147 estudios trataron sobre los pueblos indígenas que se encuentran en el territorio de México, y 35 versaron sobre los pueblos de Oaxaca. ¿Pero qué significan estos números? Es bien sabido que el trabajo de los historiadores consiste sobre todo, en elaborar un camino de interpretación entre los acervos documentales (los archivos) –muchas veces no accesibles sin estudios previos– y la sociedad en general. Es así que los números citados dan cuenta de la cantidad de estudiosos trabajando sobre uno de los temas centrales para la etnohistoria de las Américas: interpretar las consecuencias tan variadas de la conquista europea sobre los pueblos indígenas a lo largo del continente.

Además de las sesiones académicas, la noche del 12 de octubre, la ASE, junto con los anfitriones y asistentes, se dieron cita en el Teatro Macedonio Alcalá para reconocer y premiar, como cada año, la extraordinaria contribución que algunos investigadores han hecho a las historias de los pueblos de América. Esta vez fueron Rayna Green, Fred Hoxie, Susan Deeds y Frank Salomon quienes recibieron el reconocimiento y aplausos de sus colegas y público presente. Asimismo se otorgó una mención especial al reciente libro de Lisa Sousa. Estos nombres nos llevan a historias concretas; por ejemplo, el libro de Lisa Sousa, La mujer que se convirtió en un jaguar y otras narrativas de mujeres nativas en Archivos del México Colonial (The Woman Who Turned into a Jaguar, and Other Narratives of Native Women in Archives of Colonial Mexico) revela historias sobre las relaciones de género en los pueblos indígenas de la Nueva España (siglos XVI, XVII y XVIII). Sobre todo, muestra que las mujeres nativas eran actores dinámicos en la vida cotidiana de sus comunidades y en sus hogares. Para este estudio utilizó desde manuscritos pictográficos hasta fuentes alfabéticas en náhuatl, mixteco, zapoteco y mixe, así como en español.

Otra característica de esta reunión es que al paso de los años se han sumado al estudio etnohistórico miembros de los pueblos indígenas. Cabe destacar en esta reunión la participación de investigadores de pueblos zapotecos, mixes, mixtecos, cree y mashpee wampanoag, representando, sin duda, una perspectiva etnohistórica que se nutre en muchos casos con el activismo por los derechos de sus pueblos. Por mencionar un caso, la presentación en mixe del ponente Juan Carlos Reyes fue un buen ejercicio de derechos lingüísticos en el contexto de esta reunión. Sin embargo, hay que ser sinceros y reconocer que la etnohistoria misma sigue siendo un campo de estudio dominado por historiadores no-indígenas.

Oaxaca se ha convertido en una ciudad ideal para acoger reuniones académicas. Esto se debe en gran medida a la vitalidad de la diversidad cultural que caracteriza a los pueblos de Oaxaca. Pero para los estudios etnohistóricos es, además, un lugar clave por la riqueza y diversidad de las fuentes documentales: tradiciones escriturales que datan de hace más de 2000 años y que trascendieron al período virreinal, cuando se desarrollaron tradiciones alfabéticas en zapoteco, mixteco, náhuatl y chocholteco. Es por eso que esta reunión enfatizó el trabajo clave de la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova, al articular actividades de investigación con el propósito de promover las herencias culturales de Oaxaca y México, al hacer accesible recursos especializados principalmente sobre y en lenguas de los pueblos indígenas de Mesoamérica. Así que seguiremos insistiendo en que se acerquen a los distintos proyectos que tiene la Biblioteca para hablarles de las historias de los pueblos de Oaxaca.